En el día a día y en diferentes espacios, estamos constantemente expuestos al diseño. Desde la señalética en espacios públicos hasta anuncios publicitarios en revistas o publicaciones, solemos interactuar con piezas pensadas y diseñadas para que, al verlas, nuestra mente logre interpretarlas correctamente y descifrar el mensaje que buscan transmitirnos. Sin embargo, para el diseñador, esta exposición al diseño no se da únicamente a través de la interacción con piezas terminadas, sino también desde el lienzo en blanco. Cuando creamos, a menudo tenemos preguntas que resolver: ¿cómo podemos garantizar que nuestro mensaje se transmita adecuadamente? ¿Cómo podemos llamar la atención del público objetivo? ¿Y qué tipo de herramientas existen que puedan ayudarnos a elevar la calidad de nuestro trabajo?
En primer lugar, sabemos que debemos partir siempre de una investigación minuciosa y de un análisis profundo. Muchas veces, nos dejamos llevar por nuestro impulso creativo y pasamos directamente a tomar decisiones visuales, como la paleta de color que tendrá la pieza, las tipografías que usaremos o el estilo fotográfico que nos gustaría aplicar a una pieza. Sin embargo, para lograr una pieza verdaderamente exitosa, debemos dar una serie de pasos previos que nos ayuden a garantizar que, una vez terminada, esa no tendrá únicamente un alto impacto a nivel visual, sino que logrará todos los objetivos comunicativos que se plantea.
Por eso, debemos recordar siempre que el diseño busca resolver un problema semiótico, o en otras palabras, un problema comunicativo. Cuando diseñamos una pieza, lo que estamos tratando de hacer es crear una composición que comunique un mensaje o una cierta información a un grupo de espectadores con determinadas características.
Es aquí, justamente, donde el proceso de investigación y de análisis nos resulta sumamente valioso, ya que nos permite, por un lado, analizar ese mensaje para entender sus particularidades y, por otro lado, conocer mejor al público al que nos dirigimos, para conocer sus expectativas y los códigos comunicativos que emplea. Una vez culminado este proceso, tendremos ya una serie de conclusiones que nos ayudarán a abordar el proceso creativo con más conocimiento y un mejor manejo de la categoría en la que nos estamos desenvolviendo. Sabremos, por ejemplo, si existe determinado lenguaje que debemos respetar para que nuestra audiencia logre comprendernos o si la cantidad de información que buscamos transmitir es adecuada para el formato que queremos emplear.
Como podemos ver, el diseño posee procesos y momentos mucho antes de que nos sentemos frente a un lienzo en blanco, y estos procesos son sumamente relevantes para empezar a trabajar con una proyección clara y funcional. ¿Pero qué hacer entonces con esta información una vez que la hemos procesado? ¿Cuál es el siguiente paso?
Si bien es cierto no existe una única metodología para desarrollar piezas gráficas, un primer paso muy recomendable es organizar la información que vamos a transmitir a través de un sistema de jerarquías. Esta organización consiste, sencillamente, en hacer una lista de toda la información que colocaremos en la pieza y en ordenarla luego por prioridades, para descubrir cuáles son los datos más relevantes. Esto nos permitirá, posteriormente, tomar decisiones acerca de qué elementos optaremos por destacar, cuál será el orden de lectura que le daremos a la pieza y qué recursos emplearemos para lograrlo
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Tomemos como ejemplo un afiche sencillo para un concierto y supongamos que la información que irá en él consiste en una imagen, el título del evento, la fecha, el lugar donde se realizará y, por último, una breve descripción que busca motivar a los asistentes a comprar entradas. Si creáramos un afiche donde todos estos elementos tuvieran el mismo peso, este generaría confusión en el espectador, ya que no sabría cómo empezar a descifrarlo, y el mensaje terminaría por perderse. La solución es, por lo tanto, crear una organización dentro de la pieza, que nos permita jerarquizar la información presentada, para que esta pueda ser leída e interpretada de forma sencilla, intuitiva y eficiente.
¿Pero con qué criterio damos prioridad a la información? ¿Cómo se establece esta jerarquía? ¿Cómo decidimos cuál de estos datos debe ser leído primero? Es aquí, precisamente, donde tomamos en cuenta lo aprendido durante nuestra fase de investigación y análisis, ya que, en gran medida, esas decisiones dependerán del contexto de cada proyecto, de sus objetivos y de una serie de variables que debemos haber estudiado antes de empezar el proceso de diseño. Siguiendo con el mismo ejemplo, supongamos que este afiche estará en un espacio público, rodeado por otras piezas que competirán por la atención del espectador. En ese caso, quizás lo más óptimo sería darle un peso mayor a la imagen, de manera que el afiche posea un mayor impacto y atraiga rápidamente la mirada de los transeúntes.
En cambio, si se tratara de un afiche que estará colocado en las paredes de un centro cultural, puede que resulte más eficiente destacar el título del evento para que las personas sepan rápidamente lo que se está anunciando.
Y, en otro caso, si se tratara de un evento muy reconocido y esperado por el público, podría incluso destacarse la fecha, ya que es posible que la audiencia reconozca rápidamente el evento del que se trata con solo ver elementos como el color y el estilo visual.
Como podemos ver, para asegurarnos de establecer una buena estrategia comunicativa, este tipo de variables deben ser consideradas al momento de determinar el orden de prioridad de los diferentes elementos que emplearemos en la pieza. Sin embargo, una vez establecida esta organización a nivel conceptual, debemos también asegurarnos de conocer una serie de herramientas visuales que nos permitan construir esta jerarquía a través de un lenguaje visual que el espectador pueda descifrar e interpretar. Para ello, poseemos una gran cantidad de recursos, herramientas y estrategias. Analicemos algunas de las más sencillas y eficientes:
El tamaño de los elementos en una pieza es una de las formas más directas y eficientes de darles un orden. Los elementos más grandes se convierten inmediatamente en el foco de atención, mientras que los más pequeños son relegados a un segundo plano para ser interpretados luego. Es importante recordar, sin embargo, que es necesario crear una escala que nos ayude a descifrar el tamaño relativo de cada elemento, y que dicha escala está estrechamente relacionada con el uso que le damos al espacio blanco.
El color es una forma más compleja, pero también más sutil, de darle prioridad a cierta parte de la pieza. El color puede, por ejemplo, ayudarnos a discernir el fondo de la figura, a interpretar mejor el orden de lectura o a destacar ciertos elementos. Cuando usamos colores contrastantes, podemos además separar mejor determinados elementos para que estos sean leídos independientemente.
Cuando vemos una imagen, no la vemos en su totalidad, sino que nuestra atención va fijándose en espacios determinados. Por eso, ciertas partes de un lienzo tienen una relevancia natural: un elemento que se sitúa al centro, por ejemplo, atrae nuestra atención más que un elemento en una esquina. La combinación y el uso de diferentes espacios confiere, además, un equilibrio a la pieza que nos ayuda a generar armonía y balance.
La tipografía tiene un lugar sumamente relevante en cualquier pieza que incluya textos, no solo por la personalidad de la tipografía en sí, sino también por todas las posibilidades que nos ofrece al momento de crear jerarquías. Desde el uso de diferentes pesos o estilos para separar un cuerpo de texto de un título hasta la combinación de familias completamente distintas, se trata de una herramienta compleja y versátil que, una vez dominada, puede hacer una enorme diferencia en la calidad de nuestro diseño.
En general, hacer énfasis sobre un elemento a través de recursos como un subrayado, un contenedor o un símbolo, le proporciona al espectador una señal clara de que su atención debe apuntar hacia él. Del mismo modo, repetir un elemento muchas veces en la pieza genera la sensación de una sumatoria, lo que no solo le confiere una mayor relevancia, sino que proyecta también una sensación de consistencia.
Existen, desde luego, muchas otras estrategias que podemos emplear, y también muchos otros modos de utilizar los recursos mencionados. Es allí donde la creatividad y el talento de cada diseñador le permitirán llegar a resultados únicos e innovadores. Sin embargo, siempre debemos recordar que estas herramientas no obedecen únicamente a una finalidad estética, sino que deben emplearse para ayudar a hacer más clara y legible la información que buscamos transmitir. Es así como podremos construir un diseño más inteligente, que, más allá del impacto visual que pueda causar, garantice resultados funcionales, eficientes y exitosos.
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